La estrella que brilla en la noche más oscura
Camino a despedirlo. Paso primero frente a la escalinata universitaria. Desde la calle veo a diez o doce muchachos y muchachas que, alrededor del Alma Mater, sostienen banderas y fotos de Fidel. Están allí desde el sábado en la mañana. Nadie los observa, los medios de prensa no les toman fotos. Ellos, sencillamente, como estacas, están ahí.
La plaza es un mar de gente. Es la manifestación más grande que recuerdo. Son miles. Están ahí desde poco después del mediodía, y estarán también durante las próximas cuatro horas.
Casi son las siete. Caminamos hasta donde vemos un grupo de universitarios, queremos estar donde sepamos que la gente va a gritar consignas, donde nadie vaya a ocultar sus sentimientos.
Todos los que estamos aquí quizás no todos estemos por lo mismo. Hay personas muy mayores, también las había ayer en la cola para rendir un último tributo. Personas que compartieron con él la materialización de algo que parecía imposible aquel primero de enero. Hay «aseres» del barrio que a lo mejor no lloran pero que están aquí también, porque aquí vino todo el mundo y ellos no se iban a quedar atrás. Hay que despedir al padre, al amigo, al abuelo, al presidente, al caballo, al vikingo, al tipo. Hay muchos jóvenes y ellos también lo quieren. ¿Por qué lo idolatran si ni siquiera lo conocieron? Aprendieron a quererlo por sus padres, por sus abuelos. Las dos muchachas que están a mi lado no deben tener más de veinte años. Gritan como si Fidel pudiera escucharlas, las secundo en sus consignas, a veces lloran. Es increíble.
Va a empezar el acto. Las cámaras de televisión toman algunos rostros y la multitud aplaude y grita cuando ven a Ramiro, Eusebio, Mujica, Frei Betto, Gerardo, Ramón, Antonio, René, Fernando. Entra Raúl y la gente lo aplaude como nunca antes. Es como si hubiese entrado Fidel. Aplauden a Cuba, a su invencible Comandante y hermano, y obviamente, también a él. Alguien empieza un coro y la plaza se enaltece: «Raúl, aprieta, que a Cuba se respeta». Porque somos corajudos, y Fidel nos enseñó que a nosotros tenían que respetarnos.
«Fidel es la bandera, Fidel es Cuba entera». Sale Correa y la multitud se enciende. Cita a Silvio y algunos intentamos terminar sus frases. Recuerda el concepto de Revolución de Fidel y la multitud grita con fuerzas: «…todo lo que debe ser cambiado, … modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo, … no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
Hablan países que no podían faltar por la historia, por el agradecimiento. Evo se pregunta, con voz rasgada: « ¿quién nos va ayudar? ¿quién nos cuida ahora?». Alguien dice a mis espaldas: «Pobrecito». En Cuba sabemos que Evo está muy triste. «Esta es la Revolución que el mundo sueña», dice y aplaudimos.
Hablan de los tres mil niños de Namibia, sobrevivientes de la masacre de Casinga, que crecieron, vivieron y estudiaron en la Isla de la Juventud. Hablan de los sandinistas, de los muertos en Angola, del golpe de Estado en Chile, de Salvador Allende y del Che Guevara.
El locutor presenta a Maduro y el pueblo sabe que es el penúltimo orador. Hubiese sido Chávez. «Fidel ha sido absuelto por la historia», dice.
Aplaudimos. ¿Quién nos enseñó a querer a Correa, e Evo, a Maduro? Fidel. Es como cuando siendo niños, nuestros padres nos enseñan a querer a sus amigos. Así fue que un día nos presentó a quien sería el mejor amigo de Cuba: el Comandante Hugo Chávez —faltaron sus palabras anoche. Muchos corazones no hubieran resistido tanta tristeza: las palabras encendidas de Chávez hablando de la muerte de su padre.
Fidel es un hombre que tiene el rarísimo privilegio de ver sus sueños volverse realidad. Soñó una revolución y tuvo un Moncada, un Granma, un primero de enero. Soñó tierras para los campesinos y firmó la ley de Reforma Agraria. Soñó educación para todos y se multiplicaron los adolescentes, casi niños, alfabetizadores por todo el país. Soñó vencer al imperialismo y fueron derrotados los mercenarios en Playa Girón. Soñó sobrevivir con su pueblo y estamos aquí después del bloqueo y del derrumbe soviético. Soñó su relevo en América Latina y nació Hugo Chávez. Soñó traer a Elián y ahora ese niño ya es ingeniero en Cuba. Soñó el regreso de los cinco y vivió para verlos, en la sala de su casa. Soñó llegar a noventa años —como me recuerda Alejandro que le prometió a Maduro y al Evo—, y lo cumplió. Lo mejor es que Fidel nunca dejó de soñar.
Soñó que, después de su muerte, su pueblo seguiría unido y defendiendo la Revolución. Anoche Fidel, desde lo alto, como una estrella que iluminó la noche más oscura que hemos vivido los cubanos, vio su último sueño hecho realidad. Contempló una multitud triste, enérgica, revolucionaria, fidelista, que se reunió con él por última vez, no para decirle adiós, sino para gritar, con la voz cortada por el llanto y vibrante por su ejemplo: ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
(Tomado de Letra Joven)